Deby Wachtel es una de esas personas que se ríe lindo. Como imagino que reiría una perdiz, si pudiera. Una risa aguda, finita, como de hilo embrollado. Algo que hace alguien, o ella misma, dispara de pronto la risa: la perdiz sale corriendo, y el hilo firuletea alocado. Entonces uno va probando cualquier clase de tonterías con tal de repetir el fenómeno, porque es alegría contagiosa, refrescante y absurda, como todo lo que se precie. Deby se ríe y te ríe.


También tiene los ojos grandes y atentos. Tan grandes y tan atentos, que sólo saben mirar en detalle, que descubren lo ínfimo, lo diminuto, el resorte pequeñito que produce el humor. Ella parte de lo apenas visible, enlaza elementos de universos disímiles, te acompaña en una travesía en busca de lo absurdo, de lo impensado, de la certeza irresistible de que el mundo cabe en el cristal de un anteojo, en un colectivo, en una pestaña, en el ruidito que hacen las medias de nylon al rozarse.

La cabeza de Deby está cubierta de resortes. Antenas, sin duda, disfrazadas de bucles. Y a través de ellas, imagino, su pensamiento se conecta con el de otros seres y objetos, con imágenes de ciudades invisibles y palabras de poetas tropicales. Su cabeza va a mucha velocidad, como una cinta vieja de película muda. Su cabeza va a la velocidad de la luz y, cuando se enciende, es como una enorme luna llena en una noche de verano.

Sol Lebenfisz, ex alumna y actriz de la compañia.